
Aceptar no es rendirse: es dejar de pelearte con la vida
A veces, lo único que duele no es lo que estás viviendo… sino tu resistencia a vivirlo.
Te empeñas en querer estar en otro sitio.
En sentir otra cosa. En que tu camino sea diferente al que es.
Y en esa lucha interna por controlar lo incontrolable, se va tu energía, tu alegría, tu paz.
Hoy no venimos a contarte cómo mejorar tu vida.
Venimos a invitarte a habitarla tal y como es.
Lo que es, es
Aceptar no es resignarse.
Aceptar no es rendirse al caos o decir “esto es lo que hay” desde la frustración.
Aceptar es dejar de huir.
Es darte cuenta de que este instante —con sus luces, sus sombras, sus heridas abiertas o sus cansancios antiguos— es el único que existe.
Y que querer estar en otro lugar, en otro cuerpo, en otro tiempo… solo crea dolor.
Aceptar es dejar de discutir con la realidad.
No para conformarte, sino para recuperar el poder que pierdes cada vez que luchas contra lo que no puedes cambiar.
El precio de no aceptar
Cuando no aceptas algo, empiezas a vivir en dos planos distintos:
La realidad de lo que está ocurriendo.
Y la ficción de cómo querrías que fuera.
Y mantener ambas al mismo tiempo te rompe. Te agota. Te estira hasta que dejas de reconocerte.
Tu mente se llena de frases como:
“No debería ser así.”
“Esto no tendría que estar pasándome.”
“¿Por qué a mí?”
Y ahí empieza el infierno.
Porque lo que duele no es solo lo que pasa, sino el relato que te cuentas sobre ello.
El descanso de rendirse
Repite siempre el mismo Sankalpa, sin cambiarlo.
Hazlo en momentos de quietud, cuando la mente baja sus defensas:
Justo antes de dormir o al despertar.
En la relajación profunda (Shavasana).
Después de una práctica introspectiva.
En esos momentos, tu cerebro entra en ondas alfa.
Y tú subconsciente se vuelve fértil.
Ahí es donde se planta esta nueva verdad.
No repitas para convencerte. Repite para recordarte.
Haz la prueba ahora mismo.
Piensa en eso que más anhelas. Eso que deseas con toda el alma.
Un cambio. Una relación. Un éxito. Un cierre. Lo que sea.
Ahora imagina, por un instante, que eso nunca va a suceder.
Cierra los ojos. Respíralo.
Y observa qué se mueve dentro.
¿Tristeza? ¿Ira? ¿Desesperación?
¿O quizá —aunque sea por un segundo— una forma de alivio?
El alivio de no tener que correr más.
De no depender de que eso pase para poder estar en paz.
Este ejercicio no es una invitación a rendirte ante la vida.
Es una propuesta para dejar de vivir en función de resultados.
Para dejar de posponer tu bienestar hasta que algo externo se alinee.
Para darte el permiso de descansar donde estás, incluso si lo que soñabas aún no ha llegado.
Aceptar radicalmente no significa conformarte
Significa dejar de sufrir por lo que no puedes controlar.
Porque aceptar no cambia lo que pasa.
Cambia lo que haces con lo que pasa.
Y desde ese lugar —desde esa quietud interior, desde esa presencia total— sí puedes elegir tu próximo paso. Pero ya no desde la carencia, sino desde la verdad.
Este momento es suficiente.
Tú eres suficiente.
Como decía Anandamayi Ma:
“La entrega total es la que trae la alegría más profunda. Confía en ella con tu mayor fuerza.”
No hay nada más transformador que dejar de luchar con la vida.
Y elegir —a pesar de todo— volver a estar aquí.
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